Se multiplican en estos días los campamentos de scouts, de empresas,
parroquias y movimientos, los ‘campus’ deportivos, las colonias de vacaciones,
los campamentos de inglés y en inglés. Los campamentos obedecen a tres
finalidades, aparentemente compatibles entre sí. Una: entretener a los niños y,
de paso, permitir el merecido descanso de los padres; dos: ayudar a que los acampados
disfruten y se lo pasen bien y, de paso, si aprenden alguna cosa nueva y hacen
nuevas amistades, miel sobre hojuelas; tres: colaborar a la educación integral
de los niños, adolescentes y jóvenes. Dependiendo de las carencias de cada
época, la educación integral acentuó en los años sesenta y setenta la educación
cívica y democrática; en los ochenta y noventa hubo que insistir en la
conciencia medioambiental, amenazada por el desarrollismo y el afán de dinero;
en el siglo XXI se constata un déficit de espiritualidad y la crisis ha sacado
a luz la sequía de los valores. Pero machacar en los valores no garantiza nada si
carecen de una sólida base trascendente; pueden ser ‘pan para hoy y hambre para
mañana’.
La Iglesia católica propone ese fundamento trascendente para
los campamentos: la experiencia del encuentro personal con Cristo y la vivencia
de una comunidad eclesial embrionaria y provisional –el campamento puede serlo-,
vivida en la naturaleza, con protagonismo de los educandos e interacción
permanente con los propios compañeros y con los adultos –jóvenes adultos las
más de las veces- que acampan en una tienda junto a la suya. Esta educación en
la fe lleva consigo un progreso espiritual, es impensable sin la experiencia de
comunión con la naturaleza y de respeto al medio ambiente y no puede llevarse a
cabo si los campamentos son un muermo y los acampados no son protagonistas
–principio básico de la educación cristiana- sino consumidores. Es una lástima
que las parroquias –hay excepciones honrosas- estemos descuidando la educación
en el tiempo libre; es lamentable que la legislación castellano-leonesa sobre
tiempo libre, pionera y bien pensada en tantos aspectos, se haya orientado a
favorecer a las empresas-negocio, desentendiéndose del apoyo a otras
iniciativas de educación integral en el tiempo libre que actúan durante todo el
año.
Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario del Movimiento Scout Católico