Francisco centró su catequesis semanal en la custodia de la creación
Por Francisco 
papa
ROMA, 05 de junio de 2013 (Zenit.org) - La Audiencia General de esta mañana ha tenido lugar a las 10,30 
en la plaza de San Pedro, donde el santo padre Francisco se ha encontrado con 
grupos de peregrinos y fieles provenientes de Italia y de otros países. En su 
discurso, el papa ha centrado su meditación en el tema "Cultivar y custodiar la 
creación", con motivo de la presente Jornada Mundial del Medio Ambiente. 
Ofrecemos el discurso del papa.
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Queridos hermanos y 
hermanas, ¡buenos días!
Hoy quiero centrarme en 
el tema del medio ambiente, como ya he tenido ocasión de hacerlo en varias 
ocasiones. Me lo sugiere también el Día Mundial del Medio Ambiente, patrocinado 
por las Naciones Unidas, que lanza un fuerte llamado a la necesidad de acabar 
con los residuos y el desecho de los alimentos.
Cuando hablamos de medio 
ambiente, de la creación, mi pensamiento se dirige a las primeras páginas de la 
Biblia, al libro del Génesis, donde se dice que Dios puso al hombre y a la mujer 
en la tierra para que la cultiven y la custodien (cf. 2,15). Y me surgen unas 
preguntas: ¿Qué significa cultivar y custodiar la tierra? ¿Realmente estamos 
cultivando y custodiando la creación? ¿O la estamos explotando y 
olvidando?
El verbo "cultivar" me 
trae a la mente la atención que el agricultor tiene por su tierra, para que dé 
fruto, y este sea compartido: ¡cuánta atención, pasión y dedicación! Cultivar y 
custodiar la creación es una indicación de Dios dada no solo al principio de la 
historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; significa hacer 
crecer el mundo con responsabilidad, transformarlo para que sea un jardín, un 
lugar habitable para todos.
Pero el "cultivar y 
custodiar" no solo incluye la relación entre nosotros y el medio ambiente, entre 
el hombre y la creación, tiene que ver también con las relaciones humanas. Los 
papas han hablado de ecología humana, estrechamente vinculada a la ecología 
ambiental. Estamos viviendo en una época de crisis; lo vemos en el medio 
ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. La persona humana está en 
peligro: eso es seguro, la persona humana hoy está en peligro, ¡de allí la 
urgencia de la ecología humana! Y el peligro es grave porque la causa del 
problema no es superficial, sino profundo: no es solo una cuestión de economía, 
sino de ética y de antropología. La Iglesia ha insistido en varias ocasiones; y 
muchos dicen: sí, es justo, es verdad... pero el sistema sigue como antes, 
porque lo que domina es la dinámica de una economía y de unas finanzas carentes 
de ética.
Quien hoy dispone no es 
el hombre, es el dinero, el dinero, la plata manda. Y Dios nuestro Padre ha dado 
el encargo de custodiar la tierra, y no el dinero, sino a nosotros: a los 
hombres y a las mujeres. ¡Nosotros tenemos esta tarea! En cambio a los hombres y 
a las mujeres se les sacrifica ante los ídolos del lucro y del consumo: es la 
"cultura de lo descartable". Si se rompe un ordenador es una tragedia, pero la 
pobreza, los necesitados, los dramas de tantas personas terminan siendo 
normales. Si una noche de invierno, cerca de la via Ottaviano (en Roma ndr), por 
ejemplo, una persona muere, eso no es noticia. Si en muchas partes del mundo hay 
niños que no tienen nada que comer, eso no es noticia, parece normal. ¡No puede 
ser así! Sin embargo, estas cosas forman parte de la normalidad: que algunas 
personas sin hogar mueran de frío en la calle, no es una noticia. Por el 
contrario, una reducción de diez puntos en las bolsas de algunas ciudades, es 
una tragedia. El que muere no es noticia, ¡pero si se reducen en diez puntos las 
bolsas es una tragedia! Así es como las personas acaban siendo descartadas, como 
si fueran residuos.
Esta "cultura de lo 
descartable" tiende a convertirse en la mentalidad común que nos contagia a 
todos. La vida humana, la persona ya no se percibe como valor primordial que 
debe ser respetado y protegido, especialmente si son pobres o discapacitados, si 
todavía no sirve --como el niño por nacer--, o no sirve más, como los 
ancianos.
Esta cultura de los 
residuos nos ha hecho insensibles incluso a los desechos alimentarios, que son 
aún más desechados, cuando en todas las partes del mundo, por desgracia, muchas 
personas y familias sufren hambre y desnutrición. En tiempo de nuestros abuelos 
se ponía mucho cuidado en no tirar nada de los restos de comida. El consumismo 
nos ha hecho acostumbrarnos a un exceso y desperdicio cotidiano de la comida, a 
la cual a veces ya no somos capaces de darle el justo valor, que va más allá de 
simples parámetros económicos. Recordemos, sin embargo, ¡que la comida que se 
desecha es como si fuese robada de la mesa de los pobres, de los hambrientos! 
Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y el desperdicio de 
los alimentos, para que se identifiquen las vías y los mediosde evitarlo, de 
manera que enfrentando seriamente este problema,ustedessean vehículo de la 
solidaridad para compartir con los más necesitados.
Hace unos días, en la 
fiesta del Corpus Christi, habíamos leído la historia del milagro de los panes: 
Jesús alimenta a la multitud con cinco panes y dos peces. Y la conclusión del 
relato: "Comieron todos hasta saciarse y recogieron los pedazos que habían 
sobrado: doce cestas" (Lc. 9,17). Jesús les pide a sus discípulos que nada se 
pierda: ¡ningún desperdicio! Este es el hecho de las doce cestas: ¿Por qué doce? 
¿Qué significa? Doce es el número de las tribus de Israel, simbólicamente 
representa a todo el pueblo. Y esto nos dice que cuando la comida se comparte de 
manera justa, con solidaridad, no se priva a nadie de lo necesario, cada 
comunidad puede ir al encuentro de los más pobres y necesitados. Ecología humana 
y ecología ambiental caminan juntos.
Me gustaría que tomemos 
en serio el compromiso de respetar y proteger la creación, de estar atentos a 
todas las personas, para contrarrestar la cultura de los desperdicios y 
descartes, a fin de promover una cultura de la solidaridad y del 
encuentro.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.
