viernes, 9 de noviembre de 2012

El Concilio Vaticano II y la ecología

La Iglesia está celebrando el 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, sin duda el acontecimiento más importante de la Iglesia Católica contemporánea.  El Papa Juan XXIII convocó el Concilio para adaptar (aggiornar) la Iglesia a un mundo que aparecía nuevo y sorprendente.  Frente al centralismo europeo de otras épocas la Iglesia se sentía plenamente universal y necesitada de dialogar abiertamente con el mundo.
El CV II terminó en 1965.  La conciencia de los años ‘60 era muy optimista sobre las capacidades del desarrollo para reducir la pobreza, así, el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por un crecimiento enorme de la actividad económica.  En 1960 Walter Rostow publicó su tratado Las etapas del crecimiento económico que eran una descripción del desarrollo económico como si se tratase de un fenómeno casi mecánico, para Rostow era posible describir el proceso que llevaría, etapa tras etapa, al desarrollo de los pueblos.  Los dos bloques ideológicos resultantes, en los que se dividió el mundo, estaban inmersos en una competición en distintos campos: armamento nuclear, armamento convencional, carrera espacial y una industrialización intensa.  En los ‘60 y ‘70 del siglo pasado el desarrollo se vivía con profundo optimismo, la imagen más simbólica es la del astronauta Neil Armstrong poniendo su pie en la superficie de la luna.
Pero poco a poco va también creciendo la conciencia de las repercusiones medioambientales en ese contexto desarrollista.  En Estados Unidos el trabajo de Rachel Carson, y su libro Primavera Silenciosa, llevaron a la prohibición del DDT en 1972.  También en 1972 el Club de Roma publicará su informe Los límites del crecimiento que marcarían la toma de conciencia pública de los riesgos de un crecimiento incontrolado que pone en riesgo la supervivencia misma sobre el planeta tierra.
El Concilio Vaticano II terminó cuando todo este movimiento de reflexión apenas comenzaba por eso no nos puede extrañar que no haga un tratamiento sistemático de las cuestiones ecológicas y medioambientales, sin embargo al celebrar los 50 años de su comienzo podemos recoger algunas de sus reflexiones que, tal vez, nos puedan ayudar también en nuestros días.  Queremos que sea también nuestro pequeño homenaje a un Concilio que nos ha invitado a vivir la fe como presencia de Dios en medio del mundo y de la historia.
El Concilio Vaticano II recuerda cómo el trabajo humano contribuye a mejorar la sociedad y la misma creación (Lumen Gentium 41).  Afirma, además, que según la Biblia, Dios mismo encontró muy bueno todo lo que había creado. (Gaudium et Spes 12)  Creando y conservando el universo por su Palabra, Dios ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo. (cf. Rom 1, 19-20)
En la constitución Lumen Gentium 48 se intenta superar la dualidad, el conflicto aparente, entre la esperanza terrena y la esperanza transcendente.  El Concilio nos recuerda que el destino del ser humano está vinculado al de toda la creación:
La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo. (cf. Ef 1, 10; Col 1,20; 2 P 3, 10-13)
Esta restauración definitiva que esperamos ya ha comenzado en Jesucristo y se nos invita a nosotros también, seguidores de Jesús, a unirnos a su tarea.  En otro texto del Concilio (Gaudium et Spes 21) se nos recuerda que “la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio.” La esperanza cristiana, así entendida, nos hace responsables.  Una responsabilidad que como también nos recuerda el Concilio se extiende desde nuestro tiempo presente al futuro: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.” (Gaudium et Spes 31)
Tomado de ecojesuit.com