viernes, 4 de octubre de 2013

En la onomástica del papa Francisco

Hoy es la festividad de san Francisco de Asís y onomástica del papa Francisco, que ha querido llamarse como el Poverello. Pidamos por él, que así lo solicita insistentemente a todos e invoquemos a su santo patrono, a cuya tumba acude hoy en esa preciosa ciudad de Asís, que yo visité en 1968 con los sacerdotes sevillanos que estudiábamos en Roma, acompañando al cardenal Bueno Monreal.

Ya sabéis que soy fundamentalmente escritor de biografías. De Francisco de Asís tengo varios apuntes y algún montaje teatral inédito que escribí hace unos años para los scouts. Pero no tengo una biografía al uso sobre su persona y su mensaje. Porque hay tanto y bien escrito, que no sabría decir nada nuevo.

Pienso que en toda biografía hay siempre como una pequeña traición, al relatar el perfil del biografiado de una manera aproximativa. Porque ¡qué difícil es traer a lo visible lo invisible, describir el lento trayecto espiritual de un hombre tocado por la gracia! Pasa fundamentalmente con Jesús de Nazaret, donde toda biografía fracasa y el único recurso de la Iglesia sea siempre la lectura continuada de los Evangelios. Y pasa con Francisco de Asís. Ya lo decía Renan, cuando expresó que «se puede decir que, después de Jesús, Francisco de Asís es el único perfecto cristiano».

Hace unos años, en el festival de Cannes, se presentó un filme sobre san Francisco de Asís. Y lo que se dice de la escritura se puede decir de la imagen. ¿Quién tiene la patente de poder captar en imágenes la hondura espiritual de un santo del tamaño de san Francisco? Ordinariamente, estos filmes sobre los santos –o sobre el mismo Jesús, y casos escandalosos lo tenemos en la mente–, no logran penetrar en la grandeza del personaje y en la fuerza de su santidad.

Al menos la cineasta italiana Liliana Cavani lo ha intentado. Suyo es este filme. Y, aunque atea, siempre ha sentido debilidad por el Poverello. En 1966, le consagró su primer largometraje. Aquel primer Francisco de Asís resultó un hippy antes de tiempo que se alzaba en nombre de la justicia social. Veintitrés años después, en el festival de Cannes, la Cavani presentó un nuevo Francisco que vive serenamente, desde el interior, su camino hacia Dios, Dios solo.

Liliana Cavani quiso hacer una película para «todos los que son como yo...», expresó. Ante la reacción «furibunda» con que fue recibido su filme, contestó:

–Aquí existe el reino de la precipitación y de la frivolidad. Vosotros, los franceses, no soportáis que se os hable de Dios y de la religión. Tenéis miedo de hablar de ello. Yo soy atea, pero comprendo que la religión es un instinto fundamental del hombre. Y no tengo miedo de abordar este tema.

La utopía maravillosa de la fraternidad que hay en Francisco de Asís es lo que fascina a la Cavani.

–Es el deseo de profundizar el aspecto religioso del personaje lo que me ha empujado a contar por segunda vez la historia de Francisco. Los jóvenes, hoy, no le conocen. Su nombre va siempre asociado a los animales... En el primer filme sobre él, había hecho una lectura parcial de Francisco, no viendo en él más que un hombre que obraba en nombre de la justicia, el utópico de la fraternidad que aplica el Evangelio a la letra. En mi nuevo filme, conserva las características «sociales», pero es algo más: es un hombre que descubre las «huellas» de un camino que le conducirá a Dios. Porque es del contacto con Dios de donde nace y se explica el amor de Francisco hacia todos los hombres.

Tras veintitrés años, confiesa la Cavani, ha logrado un filme más aproximativo de la vida de Francisco, que siempre le fascinó. Pero lo que cuenta en ella es su honradez en el relato y afán de emulación. Sirva ello para todos nosotros. En el camino de la santidad, nuestro caminar siempre será aproximativo del santo de nuestra devoción y, fundamentalmente, de Jesús de Nazaret y de la Virgen María. Si, además, nos proponemos relatar sus hechos, por la imagen o la letra, ay, entonces, sucede el esfuerzo fatigante de manosear la cáscara sin saber muchas veces llegar al meollo del fruto. Pero resulta un esfuerzo apasionante. Y yo, humildemente, pero también con cierto atrevimiento, lo he intentado con una buena porción de santos.

Carlos Ros